
Se que me estas leyendo. Te miro sin verte.
Conozco tu nombre, pero voy a guardarlo hasta el final porque amo la intimidad de los gestos que se comparten a solas, como este mismo: yo a un lado de las palabras, tú al otro, sobrevolándolas a treinta centímetros de tu mirada soñolienta y amable desvelando su alma, propagándolas en ti.