Quince segundos después, y sin saber cómo, yo estaría a
punto de experimentar el éxtasis más profundo que una mujer puede sentir. Cada
segundo me sentía más viva y sin saber porque a él lo sentía más fuerte. Las
cortinas se escondían tímidamente entre las ventanas. El vapor empañaba los
cristales que extrañados intentaban entender lo que allí pasaba. Por unos
instantes el mundo se paró y la tierra dejo de dar vueltas alrededor del sol. Estaba
dentro de mí, eternamente dentro de mí, y yo no quería que se alejara. Yo
excitada, sabiendo que los seres inertes de aquel lugar nos estaban observando empecé
a aligerar el ritmo. Una y mil veces nos fundimos entre suspiros y gemidos, una
y mil veces recorrieron mis uñas toda su espalda. Aquellos muebles nos miraban,
y yo deseando que la luna nos observara, deseando que le viento nos secara el
sudor de nuestra piel. Una y mil veces más.
No nos conocíamos pero ya me sabía de memoria todos los recovecos
de su cuerpo. Una hora, dos horas, tres horas. Una noche eterna nos esperaba
por delante y quince segundos después, despertaron los cisnes con las primeras
luces del amanecer.
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